Los esclavos negros mantuvieron inicialmente el culto de sus antiguos
dioses en el nuevo mundo , y también de sus costumbres y asociaciones, que en alguna forma sobrevivieron y a la larga dieron lugar a varios sistemas religiosos en los que restructuraron sus creencias. Y así las prácticas religiosas de la cultura yoruba cristalizaron en un solo cuerpo litúrgico al que denominaron la Regla de Ocha o santería; las procedentes del Congo y Angola en la Regla de Palo o mayombe, y en forma parecida nacieron los preceptos religiosos de la sociedad secreta Abakuá, procedente de Nigeria; las casas de babalawos, etc. Con la independencia (1898) paradójicamente se produjo cierta persecución de corte racista contra la población de color, hasta que en 1940 se promulgó una nueva Constitución favorable a la libertad religiosa. Por último el artículo describe someramente las distintas actitudes que se han tenido desde 1959 y se cierra con un cuadro que describe el sincretismo religioso existente entre las distintas vírgenes cristianas y divinidades afrocubanas equivalentes.En el vientre gestor de los navíos negreros se transportaron no sólo hombres,
mujeres y niños, sino también deidades1, creencias y concepciones. El pensamiento mágico-religioso de las distintas etnias africanas tuvo en nuestras tierras americanas segunda patria. Música, danzas, religión, ética, costumbres de ancestrales culturas arrancadas a la fuerza y trasplantadas no sólo a latitudes propicias, sino también a mentes receptivas en las cuales fantasía y maravilla habían sentado carta de ciudadanía. Y desde luego, los cuerpos primero semejantemente receptivos. La mezcla, la simbiosis, la fusión de elementos conformó, aglutinó y preservó un legado sensible hasta muy actuales días y que une nuestra isla caribeña con un cordón umbilical a la América mestiza con el eco de cientos de años de tambores rituales que repican en su sangre. Tierras de mulatería las nuestras, de finas orejas para el relato de orígenes y patakies, y de rápidos gestos «por si acaso…», en que yerbas, animales y hombres muestran el perfil definitivo y definitorio de nacionalidades que se identifican por sus rasgos caracterizadores. Sabemos, por ejemplo, que hacia los años 1880 vivían numerosos yorubas precursores de lo que sería la Regla de Ocha o santería en una finca situada en Marianao y llamada «El Palenque». Todos eran ahijados de dos santeros jimaguas muy populares y celebraban todos los años las festividades de Oggún, Ochaoko y los Ibeyis, orishas dueños y patrones, respectivamente, del hierro y los metales, las labranzas y los niños. La santería —nombre popular con que ha bautizado nuestro pueblo a lo que verdaderamente se llama Regla de Ocha (Ochá-orisha: «santo», «deidad») desde su aparición en Cuba, con los primeros esclavos unidos en el temor implantado por deidades católicas que infundían el pánico a sus mentes ingenuas, fue un culto individual, familiar, de hondas raíces étnicas. Vivió el esclavo asombrado ante el cambio de su estadio apacible
en su África querida por un régimen explotador que no podía entender,
por el cruce de un océano lleno de peligros, encadenado, despojado de los
hábitos de su vida diaria. Algunos de ellos, de estirpe real y procedentes de tribus con sensibilidades artísticas y estéticas, trasladaron esos conocimientos a descendientes y contemporáneos, que sirven hoy, a nuevas generaciones de cubanos, de inspiración inagotable.
*Natalia Bolivar.
dioses en el nuevo mundo , y también de sus costumbres y asociaciones, que en alguna forma sobrevivieron y a la larga dieron lugar a varios sistemas religiosos en los que restructuraron sus creencias. Y así las prácticas religiosas de la cultura yoruba cristalizaron en un solo cuerpo litúrgico al que denominaron la Regla de Ocha o santería; las procedentes del Congo y Angola en la Regla de Palo o mayombe, y en forma parecida nacieron los preceptos religiosos de la sociedad secreta Abakuá, procedente de Nigeria; las casas de babalawos, etc. Con la independencia (1898) paradójicamente se produjo cierta persecución de corte racista contra la población de color, hasta que en 1940 se promulgó una nueva Constitución favorable a la libertad religiosa. Por último el artículo describe someramente las distintas actitudes que se han tenido desde 1959 y se cierra con un cuadro que describe el sincretismo religioso existente entre las distintas vírgenes cristianas y divinidades afrocubanas equivalentes.En el vientre gestor de los navíos negreros se transportaron no sólo hombres,
mujeres y niños, sino también deidades1, creencias y concepciones. El pensamiento mágico-religioso de las distintas etnias africanas tuvo en nuestras tierras americanas segunda patria. Música, danzas, religión, ética, costumbres de ancestrales culturas arrancadas a la fuerza y trasplantadas no sólo a latitudes propicias, sino también a mentes receptivas en las cuales fantasía y maravilla habían sentado carta de ciudadanía. Y desde luego, los cuerpos primero semejantemente receptivos. La mezcla, la simbiosis, la fusión de elementos conformó, aglutinó y preservó un legado sensible hasta muy actuales días y que une nuestra isla caribeña con un cordón umbilical a la América mestiza con el eco de cientos de años de tambores rituales que repican en su sangre. Tierras de mulatería las nuestras, de finas orejas para el relato de orígenes y patakies, y de rápidos gestos «por si acaso…», en que yerbas, animales y hombres muestran el perfil definitivo y definitorio de nacionalidades que se identifican por sus rasgos caracterizadores. Sabemos, por ejemplo, que hacia los años 1880 vivían numerosos yorubas precursores de lo que sería la Regla de Ocha o santería en una finca situada en Marianao y llamada «El Palenque». Todos eran ahijados de dos santeros jimaguas muy populares y celebraban todos los años las festividades de Oggún, Ochaoko y los Ibeyis, orishas dueños y patrones, respectivamente, del hierro y los metales, las labranzas y los niños. La santería —nombre popular con que ha bautizado nuestro pueblo a lo que verdaderamente se llama Regla de Ocha (Ochá-orisha: «santo», «deidad») desde su aparición en Cuba, con los primeros esclavos unidos en el temor implantado por deidades católicas que infundían el pánico a sus mentes ingenuas, fue un culto individual, familiar, de hondas raíces étnicas. Vivió el esclavo asombrado ante el cambio de su estadio apacible
en su África querida por un régimen explotador que no podía entender,
por el cruce de un océano lleno de peligros, encadenado, despojado de los
hábitos de su vida diaria. Algunos de ellos, de estirpe real y procedentes de tribus con sensibilidades artísticas y estéticas, trasladaron esos conocimientos a descendientes y contemporáneos, que sirven hoy, a nuevas generaciones de cubanos, de inspiración inagotable.
*Natalia Bolivar.
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